Construye Mundo organiza Viajes Solidarios en los que puedes descubrir Senegal de una manera más vívida y auténtica. Conocerás los lugares más bellos y emblemáticos del país, pero también su dura realidad y los proyectos de cooperación que llevamos a cabo en varias regiones, desde Podor, en la frontera norte con Mauritania, hasta la tropical Casamance, en el sur vecino a Guinea, pasando por Dakar y las iniciativas de la Pouponniere. Conocerás el país, pero también a su gente. En primera persona. Desde dentro. Con una perspectiva muy personal.
Saint Louis, el inexorable
ocaso de un icono africano
La ciudad y su fabulosa Langue de Barbarie están en
peligro a causa del cambio climático, pero no solo por ello
Saint Louis, capital de Senegal hasta 1902, es una de las ciudades icónicas de la costa oeste africana. Fundada por los franceses en 1659, fue desde entonces y por varios siglos cabeza visible de su imperio colonial, que abarcaba una inmensidad equivalente a toda la Unión Europea y que incluía en sus dominios los actuales territorios de Mauritania, Mali, Guinea, Costa de Marfil, Níger, Burkina Faso, Benín y, por supuesto, el actual Senegal. Ese pasado abrumador aún rezuma en los muros de su iglesia catedral (1828), la más antigua del oeste africano, o en los pilares del legendario Pont Faidherbe, que une desde 1865 la ‘clásica’ Isla de Saint Louis con Sor, el más moderno barrio continental.
Declarada Patrimonio de la Humanidad por la UNESCO en 2000, la ciudad es uno de esos lugares imprescindibles donde se perciben a flor de piel todas las contradicciones del continente, empezando por su evocadora arquitectura colonial hasta su decadencia actual, pasando por los nuevos riesgos climáticos que afronta, producto tanto de una dudosa gestión de sus recursos como de las muchas carencias heredadas del dominio europeo, sin olvidar su originalidad geográfica, en la que reside mucha de su belleza ancestral.
El viajero que llega a Saint Louis tal vez haya oído hablar de estas cualidades o quizás más de su enorme censo de pescadores (en torno a unos 15.000) y su no menos imponente flota de coloridos cayucos, tristemente famosos por ser instrumento de partida de la moderna emigración a Canarias. La otrora boyante industria de la pesca artesanal, acosada por las flotas internacionales, los tratados de dudosa equidad y la subsiguiente sobreexplotación de los caladeros, está en el origen de los nuevos movimientos migratorios, aunque no sea la única causa.
La Covid 19 ha venido a acelerar exponencialmente un deterioro que también se alimenta de las cada vez más precarias condiciones en las zonas rurales, a su vez azotadas por otras variantes del cambio climático como las sequías y el avance del desierto del Sáhara. La pandemia ha desatado no solo una crisis económica general, sino más exactamente, el colapso de la industria turística y, con ello, de nuevo, la desesperación económica.
En Saint Louis se aúnan todos los argumentos posibles para armar un vívido retrato del África actual. Sobreexplotación de recursos, emigración del campo a la ciudad, crecimiento desbocado de la población, falta de infraestructuras, paro disparado, pobreza extrema y, en consecuencia, total ausencia de alternativas para los jóvenes, empujados finalmente a jugarse la vida en el mar a cambio del sueño de una más que complicada existencia en Europa, aunque esa promesa ya es más de lo que ahora tienen.
Lugar estratégico
Pero mejor volver al principio, al enclave elegido para fundar esta ciudad única. La urbe comenzó a construirse en la Isla de Saint Luis, un banco arenoso en la desembocadura del río Senegal, protegido a su vez del océano Atlántico por la Lengua de Berbería (Langue de Barbarie en francés), una flecha de arena de varias decenas de kilómetros que nace al norte de la ciudad y se prolongaba casi interminablemente hacia el sur, hasta donde el río acababa muriendo en el mar.
La Lengua de Berbería, parapeto de la vieja ciudad y también de la fuerza del Atlántico, acoge los barrios de pescadores en lo que es uno de los lugares más densamente poblados de toda África, donde se hacinan sus más de 80.000 habitantes, acosados por el agua salada de frente y la dulce por detrás, por las olas y las mareas del océano y por las inundaciones del río Senegal. Finalmente, la tercera y última parte de la urbe es el barrio de Sor, ya en el continente, la única posible zona de expansión. En conjunto, habitan en Saint Louis poco menos de 200.000 personas.
La particular geografía de la ciudad es la que ahora supone la enésima amenaza a su futuro a medio plazo, por si ya no fueran pocos los riesgos socioeconómicos. El último gran golpe data de 2003, cuando las autoridades senegalesas, ante el riesgo inminente de una enésima inundación por culpa del río, decretaron la apertura de una brecha artificial hacia el mar en la Lengua de Berbería, a unos 7 km al sur de la villa, y aliviar así la crecida.
Eso consiguió que las aguas de aquella amenaza de inundación no fueran a más, pero la brecha en la franja de arena, inicialmente de sólo 4 metros de ancho, creció vertiginosamente hasta convertirse en lo que es ahora, la nueva desembocadura del río Senegal, situada a tan sólo unos 7 km de la Isla de San Luis y con más de 6 km de anchura, mientras que la antigua estaba a más de 20 km de distancia.
La línea de costa retrocede
Este brutal cambio en la geografía de la zona ha provocado la fractura en dos de la Lengua de Berbería, provocando que la parte sur haya quedado muy deteriorada, con muchos pueblos y asentamientos engullidos ya por el mar. Por otra parte, todo el frente de la Lengua de Berbería que da al Atlántico sigue un proceso acelerado de erosión. Aproximadamente se pierden cinco metros de costa cada año, lo que ha llevado a la desaparición total de una playa que en los años 60 tenía centenares de metros de anchura, y a que la enorme flota de cayucos de pesca, que acostumbraban a vararse en su arena infinita, haya tenido que emigrar a la zona interior de la Flecha, el único lugar donde ahora encuentran protección.
Más de 10.000 personas, la mayoría familias de pescadores, han perdido sus casas y han debido trasladarse a campamentos tierra adentro. Los barrios pesqueros de la Franja han visto desaparecer hogares, colegios y mezquitas. La amenaza del mar puede ser definitiva, pues los remedios que se están implementando, como la construcción de diques, son claramente insuficientes para esas construcciones de mala calidad y una tierra que ya solo se alza unos pocos metros sobre el oleaje. Y lo mismo reza para la Isla de Saint Louis, ahora mucho más expuesta a las mareas.
Esta ciudad que un día fue estación de paso de la legendaria línea de correo aéreo que hizo famosa Antoine de Saint Exupéry y su Principito a principios del siglo XX, lucha ahora contra la amenaza de destrucción provocada por la inexorable crecida del nivel del mar, fruto del cambio climático, la pérdida del equilibrio ecológico provocada por la intervención humana y la lenta decadencia sobrevenida ante el apogeo de Dakar como megaurbe y capital absoluta del país.
Sin embargo, a Saint Louis le quedan todavía armas con las que luchar contra su destino. La resiliencia de sus habitantes se personifica en el término ‘teranga’, una palabra de la lengua wolof para nombrar la hospitalidad. Ese rasgo tan característico de los senegaleses hace de Saint Louis un fantástico lugar de acogida para el viajero y un punto de partida ideal para explorar el desierto y también el río Senegal, que se adentra en el continente a lo largo de la frontera con Mauritania, hacia Mali y más allá, hasta sus fuentes en las selvas de Guinea.
Parques naturales
Saint Louis y la desembocadura del Senegal ofrecen también el esplendor de dos parques naturales únicos, el de los Pájaros de Djoud, que acoge la tercera reserva ornitológica mundial, y el propiamente dicho de la Lengua de Berbería, donde aún quedan playas y lugares en los que disfrutar de la magia especial que transmite esta tierra precaria, casi integrada/absorbida por el torbellino de las aguas dulces y salobres cuando se encuentran.
Otro dato que empuja a un optimismo agridulce es el descubrimiento frente a sus costas de un inmenso yacimiento de gas natural, Gran Tortuga, que podrá proporcionar 15 trillones de metros cúbicos de este hidrocarburo a lo largo de los próximos 30 años, suficientes, por ejemplo, para producir la cuarta parte de la electricidad que necesita el país.
Pero las sombras son más alargadas que el optimismo. Un estudio del Banco Mundial, por ejemplo, señala que al menos el 56% de la línea de costa de Senegal, Benín, Togo o Costa de Marfil pierde del orden de 1,8 metros de playa cada año, con un coste de miles de millones de euros. En Saint Louis es todavía más intenso el proceso y la pérdida no sólo es de la tierra, sino también de las vidas humanas empujadas a la emigración.
Para terminar con este somero retrato, el viajero no podrá olvidar tampoco las figuras mendicantes de los niños talibés, estudiantes y a la vez mendigos de las escuelas coránicas, que invaden las calles en busca de una limosna que ahora la pandemia y su ausencia de turistas hace casi imposible. En Saint Louis suman unos 9.000, pero en Senegal son casi 100.000 los alumnos de estas daaras, de los cuales al menos la mitad tienen que mendigar para subsistir.
Jacinto Vidarte