Sama Jol. Senegal 2015

Sama Jol. Senegal 2015

Autora: Mayte Martínez

Amanece en Faoye, o eso parece. El sol nos está esperando para despuntar habiendo empezado a colarse pequeñas muestras de claridad por las fisuras de nuestra cabaña de madera. Desde la cama podemos oír el inicio temprano de un nuevo día.

Cristina y yo salimos al porche que da al lago, que da al horizonte. Nos sentamos entre risas hasta que los primeros destellos del sol naciente nos silencian con su magnitud.

Ahí estamos, en un humilde campamento a kilómetros de nuestra realidad, contemplando otro mundo. El silencio solo se rompe con los pensamientos mudos y los recuerdos sonoros de todas las sonrisas iluminadas que hemos contemplado estos días. Hemos terminado la ruta a las zonas rurales y ahora, en este momento, todas las emociones y sensaciones que hemos vivido cobran vida ante este amanecer. Los kilómetros recorridos adentrándonos en la vida cotidiana de los pueblos y ciudades que íbamos visitando. Los tenderetes, las calesas, los animales cruzando la calle, las conversaciones ininteligibles de la vida cotidiana, los niños saludando a nuestro paso con energía renovadora… la mirada extrañada de las personas al ver nuestra furgoneta blanca pasando por lugares retirados que no suelen recibir vistas foráneas.

Nuestra llegada a Gollere con el recibimiento de sus mujeres vestidas de fiesta para la ocasión con acogedora bienvenida. Como entusiasmadas nos contaban y mostraban su actividad de tinte de telas que les aporta una semi-independencia económica y de crecimiento personal, que las ilusiona ante un futuro emprendedor. Como nos abrieron su confianza sentándonos con ellas a pelar cebollas y separar arroz para la comida que posteriormente compartimos todos juntos del mismo plato… Sus cantos y bailes alegremente emotivos de despedida… Los kilómetros de regreso con la exaltación de las sensaciones vividas.

La llegada a Thilouki. Thilouki…. Allí donde se quedo parte de mi corazón. Allí en ese recóndito pueblo rural donde descubrí la unión, la comunidad, el respecto, la curiosidad por conocer algo más de nosotros, el nerviosismo agitado por mostrarme algo más de ellos. Thilouki, donde separada del grupo me reclamaron sus mujeres haciéndome un hueco bajo en árbol donde estaban sentadas en colchas para compartir confidencias. Allí donde entre gestos y sonrisas nos contamos nuestras vidas tan diferentes. Donde nos pareció poco y reclamamos la ayuda del guía para que nos ayudara a entendernos ante el momento ansioso de querer comunicarnos más. Nuestro incansable Lamine que interpretaba nuestra conversación y nos permitía establecer esa unión de amistad espontanea. Estuve con ellas, perdí la noción del tiempo hablando de la maternidad, el matrimonio, de los hombres sin tapujos con la confianza sin prejuicios de ser desconocidas unidas por la curiosidad, el sentido del humor y la perplejidad ante la novedad para ambas partes. Compartimos solo para nosotras una fuente de hígado recién hecho que estaba únicamente destinado a ellas. Me preguntaban sobre mi vida en España, como a mis 37 años no soy madre, cómo que no tenía marido… Me ofrecían sus hombres entre risas, sus cinturones de perlas explicándome su efecto afrodisiaco en el hogar. Tenían curiosidad por todo, como yo por todo lo suyo, y vivimos unas horas de intercambio cultural mezclado con chistes y seriedad según el momento. Les hablé de la “crisis”, de nuestra forma de vida en este “norte” que imaginan como la panacea pero que realmente no conocen. Vi como sus rostros comprendían y valoraban su forma de vida, los valores mantenidos que nosotros hemos perdido en nuestra realidad evolucionada. Nos reímos, nos abrazamos, y me abrieron su círculo… Comimos juntas intercambiando miradas de complicidad y entendimiento. Nos lavamos las manos unas a otras antes y después de comer purificando la amistad espontanea surgida para sorpresa de ellas y por supuesto mía.

No puedo explicar realmente los lazos que creamos en esos momentos bajo aquel árbol y con esas mujeres que encontré. La mujer más joven fue especialmente cariñosa conmigo, me mirada, me abrazaba, sonreía y me daba los mejore trozos de carne cuando nos sentamos a comer una al lado de la otra. Le llamaron la atención mis pendientes y antes de despedirnos, al ver que ella tenía un agujero libre en una de sus orejas, me quité uno de los míos y se lo puse. Entonces ante su mirada de sorpresa, gratitud y emoción recuerdos esas palabras:

          Tú y yo amigas para siempre – le dije

Ella buscando a Lamine para que tradujese me dijo:

          No, tú y yo hermanas para toda la vida.

Mi corazón se traslada a Thilouki cada vez que recuerdos esas palabras y cada vez que contemplo el agujero vacío de mi oreja que aún no he sido capaz de adornar porque lleva su recuerdo.

Nos despedimos entre abrazos y más abrazos. Entonces Auwua, la coordinadora del grupo de mujeres del pueblo que había encabezado nuestro encuentro de confidencias, me dio un papel con su número de teléfono para que la llamara desde España. ¿cómo íbamos a entendernos por teléfono si apenas allí entre gestos nos entendíamos?

          Llámame, y si no hablas sabré que eres tú.

Al alejarnos en la furgoneta ante grandes aspavientos de despedida y emociones enfrentadas, se me saltaban las lágrimas porque parte de mí quedaba con esas mujeres, en ese maravilloso pueblo que mantiene sus costumbres y que desde la ong ayudan aportando una mejora de calidad en asistencia sanitaria tan necesaria para que puedan continuar siendo quienes son.

Podría contar mil anécdotas vividas en esos 14 días de viaje solidario. Cuan importante es la labor de cooperación que reciben para la mejora de su día a día y la sostenibilidad de sus pueblos.

Cuan importante es poder vivir una experiencia así, descubrir la grandeza y fuerza de otros mundos y otras personas que viven de una manera tan diferente a la nuestra.

Cuanto se pueden valorar las cosas que tenemos e incluso las que no necesitamos para ser puramente felices y ofrecer, como ofrecen ellos que no tienen tanto como nosotros, esa energía y fuerza totalmente conectada a la vida en su más pura esencia.

Gracias y felicidades a Construye Mundo, por su trabajo, su dedicación y por haberme dado la posibilidad de vivir una de las más enriquecedoras experiencias de mi vida.

Mayte M.

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