Autora: Lourdes Crisol (Técnico de proyectos de Construye Mundo) Noviembre 2016
Este ha sido mi segundo viaje a Senegal de la mano de “CONSTRUYE MUNDO”. Me preguntaba antes de salir de viaje cómo sería éste, pues seguro no sería como la primera vez, imaginaba un impacto menor. Y tras la vuelta, puedo decir que ha sido diferente, pero igualmente me ha tocado el corazón.
A tres mil kilómetros de España y bajo un mismo cielo, Dakar nos recibió con calor y mucho gentío en el aeropuerto. Ha sido un viaje intenso, concentrando en ocho días mucha información, intentando no perder ni un detalle de lo que íbamos a ver, proyectos que se habían llevado a cabo y nuevas posibilidades de cooperación que podían surgir.
Me he traído un montón de nuevas imágenes y también olores, sensaciones, miradas, historias, sentimientos y de nuevo muchas sonrisas.
He vuelto a descubrir Senegal a través de su movimiento, el tráfico en las calles de las grandes ciudades como Dakar, sus rotondas donde nadie cede el paso, las estrechas carreteras en el camino hacia San Luis y Podor con coches y camiones llenos de gente, hasta arriba de gente, los carros tirados por caballos o burros transportando bidones de agua, vacas, burros o cabras cruzándose por los camino como un peatón más, el bullicio en las “lumas” (mercados locales) de las aldeas, niños jugando en la calle al fútbol con una pelota improvisada hecha de trozos de tela o rodando una rueda, el baño divertido de los chicos en el mar…
Lo he descubierto también a través de su quietud, como en la paciente espera de los vendedores de las pequeñas tiendas del camino, vendedores de fruta, alfarería o cacahuetes esperando la parada de los coches para ofrecer sus productos, o la de aquellos hombres del camino en callada conversación frente al mar. Quietud, como la de la noche en la aldea de Daga Awgalli, donde sin electricidad, sin poder encender una luz, un firmamento lleno de estrellas mostraba su grandiosidad.
He admirado Senegal esta vez también un poco más a través de las historias de sus gentes, su agradecimiento, sus inquietudes, sus oportunidades, sus fracasos, sus ganas de construir y mejorar. Nos han hablado de niños que trabajan, que no van a la escuela, que ni siquiera se les inscribió en el registro civil al nacer. Y de personas que los ayudan a organizarse en grupos, los dirigen, acompañan, alfabetizan o apoyan en su formación. De profesores de colegios que fomentan la agricultura ecológica a través de la formación en esta materia y educan en el cuidado del medio ambiente, enseñando a sus alumnos a separar y reciclar residuos, en la medida en que sus medios lo permiten. Historias de mujeres que se agrupan para ser más fuertes y prosperar, aunque muchas de ellas no sepan leer ni escribir, mujeres que llevan todo el peso del hogar.
Hemos contemplado el trabajo hecho amor en el cuidado de 81 bebés huérfanos o abandonados y el trabajo hecho entrega de quien confía en que seguirá habiendo personas que voluntariamente cedan su tiempo y conocimientos en formar a jóvenes para tener un futuro mejor. También la ilusión por un proyecto comenzado que empieza a dar frutos, pues gracias al pequeño comercio de venta de azúcar o té, de bordado de sábanas o de cría de ovejas hay quien compra material escolar a sus hijos o calzado o comida variada para su familia.
Y hemos visto que para conseguir lo esperado, la ayuda ha de venir ligada al esfuerzo, al compromiso. Que esa ayuda prestada adquiere sentido cuando ha servido para mejorar la vida de una persona, le ha permitido prosperar, lo cual trasciende siempre en beneficio de su comunidad, su aldea, su pueblo, y al final todos ganan, todos ganamos.
Senegal me ha dejado huella percibiendo una vida entre plásticos y desechos, pies descalzos, ropas viejas, niños pidiendo limosna, pero también me ha llegado a través de sus sonrisas, sus caras de “buena gente” y su interés por lo inusual, algún niño incluso asustado por mi piel blanca, la diligencia de las mujeres caminando largas distancias para traer agua a la aldea, la constancia de los niños y jóvenes recorriendo cada día varios kilómetros para ir a la escuela, el olor de sus comidas, los colores de sus vestidos, su hospitalidad, su acogida, su vida en comunidad como una gran familia, compartiendo comida en un mismo plato, la sombra, el agua, el trabajo, un té…, sus buenos deseos para con nosotras, su agradecimiento, su bondad… hasta me traigo el cariño de un perro llamado Caramel, que nos acompañó una tarde en un paseo por la playa, cual guardián.
Y ya a la vuelta del viaje, al poner de nuevo los pies en España, Senegal ha seguido presente, al sentir de nuevo el contraste: “Bienvenida al desarrollo”, parecían decirme nuestras increíbles infraestructuras, carreteras sin baches, calles limpias, orden en el tráfico… y al llegar a casa, mi familia, mi acomodado hogar. ¡Qué afortunada!
Felicitar a esas personas de carne y hueso, que luchan por sensibilizar, educar y formar en valores humanos, en responsabilidad, en conocimiento, a las que trabajan por generar riqueza y prosperidad con pequeñas ayudas y con mucho esfuerzo para mejorar la vida de sus familias, sus vecinos, su país. Y por aquellas otras que con sensibilidad, constancia y entusiasmo, tiran del carro, no se dan por vencidas y siguen trabajando por construir un mundo mejor.
Senegal nos recibió con calor y se despidió con un gran abrazo. Ahora, “Insha’Allah” como dicen allí (si Dios quiere), intentaremos poner nuestro granito de arena para reducir diferencias, quizás necesitando un poquito menos, quizás aportando un poquito más. Al fin y al cabo todos vivimos bajo un mismo cielo.
“Yarama” (en pulaar, gracias 🙂