Caravanas hacia el sur

Autor : José Carlos García Fajardo, profesor emérito de la UCM y fundador de Solidarios para el Desarrollo (Periódico ABC, 14/09/10):

Una organización humanitaria, que ocupó la atención mediática, insiste en enviar una nueva «caravana solidaria» en «homenaje» a los tres secuestrados por Al Qaeda en Mauritania. Movilizó durante meses a organismos del Estado financiados por todos los españoles. Muchos nos preguntamos si es de recibo que el Estado tenga que asumir el rescate de personas que se ponen en grandes peligros, que acometen empresas deportivas de máximo riesgo, que se aventuran en expediciones de ayuda a los «pobres» del Tercer mundo sin la debida preparación profesional, sin conocer la auténtica realidad social y cultural de esas comunidades y actuando a veces con un amateurismo obsoleto y peligroso.

Ponen en peligro las relaciones entre los Estados, dificultan la acción ejemplar de verdaderas organizaciones de cooperación internacional, contrastadas por su eficacia y por su respeto a las reglas del juego establecidas. Después de que Bernard Kouchner lanzara, como presidente de Médicos sin Fronteras, el concepto del «derecho de ingerencia humanitaria» muchas personas, movidas por buena voluntad, se han lanzado como si dispusieran de patentes de corso pero en sentido inverso: Ir en persona a llevar alimentos, ropa, medicamentos, material escolar, sin mantener las necesarias cautelas y las recomendaciones de Coordinadoras de ONG para el Desarrollo (Congde), Instituto de Estudios sobre Conflictos y Acción Humanitaria, Secretaría de Estado para la Cooperación, Cruz Roja y otros muchos organismos de reconocida solvencia. Muchas veces sin ponerse en contacto con nuestras Embajadas, hasta que ocurre un accidente.

Hace medio siglo se podía entender ese intento de reparación y ayuda. Pero ahora se trata de combatir las injusticias sociales y de contribuir a su crecimiento y autonomía. Se trata de no imponer monocultivos, de no obstaculizar su comercio a nuestros países, ni subvencionar nuestra propia agricultura.

Sin olvidar la humillación que puede suponer para los países receptores de esos alimentos y bienes que hubieran podido adquirirse allí sin distorsionar su mercado. Además, no contribuyen a un desarrollo endógeno, sostenible, equilibrado y global. Si lo que se trata es de exportar nuestro modelo económico de desarrollo, nuestras necesidades, nuestras formas de vida y hasta nuestros errores, para esto no se necesitaban estas alforjas. Han tomado un tren sin raíles en una aventura que es más exhibicionista que eficaz.

Muchos autodenominados «cooperantes», que no actúan movidos por la pasión por la justicia, pretenden llevar comida a una ínfima parte de la humanidad doliente, excluida y desterrada sin preguntarse por qué padecen hambre, enfermedades controlables, analfabetismo, daños al medio ambiente, marginación de la mujer, explotación de sus riquezas naturales y de su mano de obra. La compasión es un primer movimiento, el compromiso social es lo que caracteriza a la acción solidaria.

La generosidad, más que en dar, consiste en compartir, y en hacer juntos parte del camino. Es saberse responsable del mundo. El médico no necesita compartir la cama ni los medicamentos del enfermo para saber consolar, aliviar y no interferir en la sabiduría de la naturaleza, para que ésta pueda restablecer el equilibrio.

Algunos de estos voluntariosos cooperantes, que actúan por libre y sin tener en cuenta el valor de la sinergia, corren peligro de no respetar las creencias, formas de vida, culturas, sentido del tiempo y del espacio, tradiciones y valores muy valiosos y de los que todavía tendríamos mucho que aprender.

Lo peor es la consideración de las poblaciones de esos países empobrecidos como «subdesarrollados» o en «vías de desarrollo». Como si el subdesarrollo fuera un estadio en el camino hacia el desarrollo y no un subproducto del mismo. ¿Qué estaba enrollado y había que desarrollar, desde nuestro etnocentrismo?

Una caravana de esa índole, por similicadencia, recuerda a otras que se dirigían al Oeste en busca de tierras y del oro; aquí hacia el Sur, pero en forma de safaris solidarios. A las partidas cinegéticas, le siguieron las fotográficas. Todo bien organizado para cubrir las necesidades de los expedicionarios, lo que supone un costo tremendo e innecesario si se canalizaran esos esfuerzos de forma adecuada. Con dolor lo escribo y con todo el respeto a la buena voluntad, a veces siento lo mismo que ante el París-Dakar, de funesta memoria.

Los pobres no pueden ser objeto de nuestros cuidados, de nuestra generosidad y hasta de nuestro heroísmo. Porque el pobre, el excluido, el paciente, le damné de la tèrre, nunca podrá ser objeto para alcanzar fin alguno, ya que siempre es sujeto que sale al camino y nos interpela.

Esa es la voz que debemos prestarles, después de haberles escuchado con toda atención y descalzos. Me contaba Mayor Zaragoza que, hablando en un país de África, vio a una mujer que observaba pero con la que no se producía feedbackalguno. Federico, con ese saber suyo tan admirable, «Perdón señora, quizás hablo demasiado deprisa o mi inglés no es bueno». «No se preocupe, su inglés es bueno y su buena intención también, pero ¿por qué cuando los blancos vienen a hablarnos siempre nos dicen lo que tenemos que hacer y nunca nos preguntan lo que pensamos?». El Director General de la Unesco jamás lo olvidó.

Las ONG corren peligro, porque se han puesto de moda. Sin embargo, necesitamos muchas más asociaciones humanitarias: en los barrios, en las comunidades, en las universidades, en el campo y en la ciudad, en el norte y en el sur.

El tejido social precisa nuevos aportes imaginativos y audaces. Pero que no pierdan sus señas de identidad, porque padecerán los más débiles. Estoy convencido de que el boom de las ONG toca techo y presenta una cierta fatiga en relación al impulso de su primer fervor. Las ONG tienen que dar paso a los organismos que puedan prestar ayuda eficaz. Los voluntarios seguiremos militando en la lucha por la justicia y por los derechos sociales para todos, comenzando por los de las personas más próximas.

No se puede ir a hacer allá lo que no se hace aquí. Hay muchas personas que, al aproximarse el verano, acuden a las ONG en busca de proyectos en países del Sur, durante sus vacaciones. Se les pregunta por la actividad de voluntariado social que realizan durante todo el año, dos horas a la semana, por lo menos, y con la debida formación pues el voluntariado sin formación tiene más de aventura y de diletantismo que de auténtico servicio a las personas y comunidades que lo necesitan. La mayoría suele responder que «durante el curso tengo que estudiar», o que trabajar. Personas inadecuadas para una responsabilidad semejante y cuando les sugieres servicios de atención y ayuda a inmigrantes en España, que se pueden realizar durante todo el año, tuercen el gesto.

No hay que confundir los deseos con la realidad. El voluntariado social sabe asumir sus límites. En la organización del trabajo voluntario y de cooperación, hay que diseñar programas realistas, factibles y con continuidad. De otra forma se fomentan la desilusión y la desesperanza, cuando no la pérdida de la confianza en las capacidades de desarrollo humano, económico y social de las personas.

El voluntariado siempre será necesario porque aporta un plus de humanidad. Nos movemos acuciados por la pasión por la justicia y, en nuestra tarea aportamos la delicadeza en el modo y la firmeza en los fines.

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